viernes, 21 de octubre de 2011

Anécdotas de Ópera ¡Qué terrible pasar una escena entera en un saco!

Cantando el Caro Nome, año 1991


¡¡Hola a tod@s!!


A petición, voy a contar otra anécdota ocurrida en Rigoletto (como no, tengo varias) en la producción que hacíamos en la decada de los 90 en Zürich. Ya os he contado lo del auto-rapto, y aunque esa es insuperable, en una ocasión en que cantaba con Juan Pons (gran amigo y gran artista), pasé uno de los momentos más desagradables que recuerdo dentro del inevitable saco de Sparafucile.
En aquella producción, aún tenían la deferencia para con el autor y los artistas de hacer una pausa entre el segundo y tercer actos. Recuerdo que era una función donde hacía más calor del normal, pues yo, que nunca sudo, aquel día hube de ser retocada de peluquería y maquillaje varias veces.
Se abre el telón, y (ah, me estoy acordando de otra anécdota acaecida en el teatro de Lieja, jajajajajja, os la cuento otro día) salimos de la barca, primero Juan (¿os he dicho que es un gran caballero tambien en la escena?) que me daba la mano y luego yo. Cantamos la primera escena y el famoso cuarteto y despues, Gilda sale de escena. En general, en este punto, todas las Gildas se cambian de ropa, se ponen el traje de hombre que siempre nos queda pintiparado y se ofrecen al sacrificio un poco más tarde.
En esta producción, Gilda no se cambiaba, puesto que no tiene ninguna intención de partir hacia Verona como le ordena su padre, ¿para qué vestirse de hombre?. Como digo, no había ese cambio de vestuario histérico habitual con dos ayudadoras y peluquera. Aqui solo había necesidad de la peluquera pues la peluca, con tanto sudar se me había despegado. Entre bambalinas, Gisela, la peluquera, me volvió a sujetar con horquillas (horquillones diría yo, allí usan unos ganchos fenomenales) la peluca y me la volvió a encolar. Hasta aqui, nada del otro mundo, ni siquiera te da tiempo de ir al camerino o de ir al baño a menos que tengas la suerte de que haya uno en ese lado del escenario; como mucho un trago de coca-cola si alguien se acuerda de traértela o la has pedido tu.
Despues de tantos años de usar pelucas (más de 20), a mi me gusta llevarlas bien apretaditas, agarradas con buenos ganchos y bien encoladas. Es la única manera para mi, de sentir como si no la llevara. Si tengo que estar pendiente de que se soltó, se movió, esta floja o lo que sea relacionado con ella, mi personaje se resiente y mi concentración se va a cosas mundanas. Asi que ya os imaginais qué bien me recolocaron la peluca teniendo en cuenta que me iban a zarandear, apuñalar, meterme en un saco, arrastrarme por el suelo.....lo clásico.
Mi Sparafucile aquel dia era un tio fuertote, no recuerdo su nombre, pero era muy, muy alto y fuerte.
Volví a entrar y canté el trio, toqué a la puerta, abrieron, entré y a la vista del público, entre relámpagos y destellos varios, me clavaron un cuchillo retráctil me dejé caer y me dejaron sobre una arpillera extendida en el suelo que luego echaron sobre mi y cerraron con un velcro que la recorria de arriba a bajo. Lo que se dice un saco talla única. El mejor en el que he estado.
Me arrastraron hasta la posición correcta y ahí me quedé el resto de la escena de la tormenta y la entrada de Rigoletto. Cuando tocó a la puerta, se desarrolló el dialogo habitual:
Sparafucile: Chi è la?
Rigoletto: Son ío.
Sparafucile: Sostate.
Aquí la orquesta ataca una nota muy larga, tan larga como sea necesario para sacar el saco y dejarlo en el suelo. Me empezó a arrastrar Sparafucile hasta la posición convenida, pero a mitad de camino se le escapó el saco de las manos. El saco se cogía por la parte de la cabeza, me arrastraban de espaldas al público aprovechando la pendiente del escenario, luego se daba una vuelta y me dejaban con la cabeza hacia arriba y los pies cerca del foso, casi en perpendicular al foso. Asi, al salir del saco e incorporarme, mi cabeza miraba directamente al maestro Santi.
Como digo, a Sparafucile se le escapó el saco de las manos. Consciente de que lo que tenia entre manos era mi cabeza, actuó con rapidez y lo recogió en el aire antes de que llegara a tocar el suelo bruscamente. ¿Os he dicho que era un hombretón? Mi cabeza estaba muy lejos del suelo mientras me arrastraba. Gracias a eso me libré de partirme el cráneo contra el piso. (O partir el piso con el cráneo....)
De lo que no me libré puesto que la Gilda en esa producción no lleva el pelo metido en ningun gorro de caballero fué de que al retomar el saco de cualquier manera y con cierta violencia, agarró tambien el pelo arrancándome de cuajo una peluca recién colocada apenas media hora antes. Saltó todo: ganchos, ganchitos, cola.... y por supuesto se me saltaron las lágrimas. ¡Cómo me dolió! Mientras ellos discutían sobre la conveniencia de tirarme al rio o no, yo lloraba a mares dentro del saco sin poderme llevar las manos a la cabeza. Pasada la primera reacción, conseguí serenarme, pues en nada iba a tener que salir del saco y cantar el gran dúo final.
Me picaban los ojos...me dolía la cabeza.... y Juan abrió el saco.
Tenía toda la pintura corrida, los ojos llorosos y churretes negros pintando mis mejillas y la peluca casi arrancada de cuajo. Me colgaba de un lado. Con sus inmensas manos, Juan intentaba taparme la cabeza para que no se viera el estropicio, pero cantar con una cosa colgando del lado izquierdo que se balanceaba todo el tiempo no era cómodo, asi que estiré la mano y me la quité, y la tiré a un lado. Me quedé con mi pelo, entonces largo enrollado en los típicos caracolillos y con la cinta que me ponen para sujetar los ganchos de la peluca a la cabeza.
Cantamos el dúo y por primera vez me morí de gusto de haber terminado por fin.
Las excusas del pobre Sparafucile llegaron en varios idiomas, y cuando me vi el careto en el espejo del camerino, me eché a reír... y es que ¡tenia la cara casi negra! En aquella época te pintaban como una puerta, ¡jajajajajajja!
Y así es como pasé un rato bien amargo dentro de un saco, donde por otro lado, se respira mal, hace calor y se oye mal a la orquesta.

¡Besos a tod@s y hasta muy pronto!

De Izq. a dcha. Juan Pons, Isabel Rey, Boiko Zvetanov, Stefania Kaluza, A. Pereira
Final del Rigoletto 1992


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